sábado, 3 de junio de 2017

Wilfredo: el barbero de La Villa

Al entrar, uno se ve en el espejo -luna de azogue- y una vaharada de sahumerio y velas encendidas se mete por la nariz. Hay sobre la repisa frascos de tamaños varios, con lociones verdes y mentoladas, con alcohol perfumado y talcos refrescantes. Me parece que el ambiente tiene un toque mágico, indefinible, como el que uno encontraba de niño en las jugueterías. En la pared, un cuadro de nuestro famoso Cejota muestra a un barbero que muy bien puede ser Wilfredo y frente a él, un aviso que nos recuerda que "No se guarda puesto". 

En el salón, rodeada de muebles artesanales de Magdaleno, está la giratoria silla Koken, como una suerte de trono en el que uno, durante diez minutos, será como un rey.

El radio funciona todo el día, pero la música más rítmica y agradable, metálica, surge de las tijeras (Barrilito o Cometa) cuando, conducidas por la pericia del barbero, van cortando cabellos que caen sobre el piso de cemento rojo, mientras uno se embelesa mirando brochas, atomizadores y las maquinitas especiales para pulir el corte y hacer cosquillas en la nuca. ¡Chas! ¡Chas! Suenan las tijeras. Y las manos del barbero, hábiles y rápidas, se mueven
precisas, con la destreza que dan los años de práctica.

Con su conversar pausado y sus palabras que saltan de un tema a otro, pasando por el beisbol, el boxeo, la política local y nacional, la inseguridad, la inflación, los bachaqueros, la lotería, la música criolla y la de antaño, los toros coleados, las fiestas patronales, la vida del pueblo, Wilfredo es la imagen del clásico barbero lleno de sabiduría, capaz de llevarle los caprichos ideológicos y filosóficos al cliente, y, sobre todo, con la facultad de poder arreglar el mundo en unos cuantos minutos a punto de buen verbo.

Wilfredo Enrique Ribas Ribas, es como una reproducción de aquellos barberos antiguos, expertos en pequeñas cirugías, en sangrías con sanguijuelas, en asuntos herméticos. La barbería se transmuta, en los atardeceres, en una tertulia de vecinos y amigos, donde caben desde el ultimo libro de algún poeta hasta los chismes parroquiales, sazonados con la picaresca de la carne.

Como casi todos los que ofician de fígaros, es un melómano de postín. Verlo en plena acción es un espectáculo, por el manejo eficaz de las tijeras y la máquina de afeitar, por su manera de cortar el pelo, por ese don de gente permanente. No hay duda del afecto por su profesión. Goza con el sonido de las perillas del talco y con la espuma. Nunca se le ve acosado. El desespero no fue hecho para él. Está -exento en apariencia- de angustias existenciales.

Entrar a la barbería de Wilfredo en Villa de Cura, es abrir una cajita de música. Es como penetrar en una galería de sorpresas, donde están presentes las obras de Pedro Nolasco, Orlando Pulido, Cejota, José, Wilmer, el capitán Alfredo Delgado, el pollo Martínez y otros artistas, aromada con olores cristalinos y la mirada siempre presente de santa Bárbara iluminada por su infaltable vela roja.


Chencho Adames Aponte Villa de Cura, junio 2017.

 Dibujo: Cejota / Foto: José Ramón Nadal G.

De un cuadro de Carlos José Martínez, Cejota.


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