miércoles, 28 de junio de 2017

El plañidero mayor

Estas breves líneas escritas por la maestra Carmencita, como la conocemos los villacuranos, están dedicadas a un personaje que veíamos en las calles de Villa de Cura, un loco con cara de niño inocente, inofensivo,  con la lucidez pérdida en su propio mundo de fantasía, pero de algún modo sensible al dolor ajeno... El loco Aníbal se desdibuja en el paisaje urbano, pero queda vivo en la conciencia colectiva del villacurano...

Por: Carmen Muñoz de González

La cultura de las plañideras es muy antigua. A las que se les pagaba por llorar en el entierro de una persona. Aquí en Villa de Cura hubo un muchacho (Aníbal)  que acompañaba los entierros y lloraba, lloraba al lado del féretro.  Este joven siempre deambulando por las calles, sano él, sin malicia. Todo el pueblo lo quería. Se le saludaba con estima: "-¡Epa, Aníbal!

Arrastrando las pesadas cadenas de la vida, sin hacerle daño a nadie, sólo su plañido lastimero asimplado en aquel entierro que solía acompañar desde la salida de la iglesia hasta el cementerio.

Hubo una importante diferencia entre Aníbal y las plañideras profesionales: él nunca cobró por llorar a un difunto. Ahora solo su sollozo campechano queda en el viento  y su recuerdo en quienes le conocieron.

Foto: JM

Reproducido con permiso de la autora:
http://lavalijadeneycar.blogspot.com/2017/06/el-planidero-mayor.html



El loco Aníbal. Villa de Cura.



domingo, 25 de junio de 2017

Hay personas y nombres que forman parte de una ciudad

No todos pueden conseguirlo.  Son necesarios años de esfuerzos infinitos, de consagración, de acendrado cariño. Son esas personas como los árboles; primero dieron sombra mínima, pero cordial, en un camino.   Después el  camino fue avenida y con su verde aspecto de campo puro, los árboles van extendiendo sus ramas y haciéndose cada vez más presentes en la vida  urbana. Viven por que han logrado adentrarse en la tierra, dan sombra porque sus hojas son anchas y sus ramas fuertes. Porque son  generosos, en suma. Quiebran la luz para que el paisaje del cerro EL VIGÍA pueda ofrecer todos sus matices y marcar todos los días en la tierra villacurana el paso altivo y cálido del sol.

A esas personas pertenece José Miguel Seijas. Se puede decir que está siempre  visible en la ciudad, su villa, con la visibilidad de la presencia de los hombres verdaderos, y con la altura y la sonoridad de sus propias torres. Reportero, periodista, locutor, fotógrafo. Amigo por excelencia. Su gesto cordial y su palabra  serena hacía  menos amarga la amargura o más placenteras las horas de alegría de los ciudadanos que son sus prójimos en el sentido integral de la palabra. Como los árboles, no se puso a  escoger a quien le  daba sombra; como la luz, se esparcía a todos los que han querido oírlo. Con su palabra como antorcha y con su intelecto claro, no es  solamente un árbol más de Villa de Cura. Es una de las alamedas de la ciudad, ella es el objeto de su cariño y por eso estará integrado para siempre dentro de sus contornos.

Cada salida durante 33 años de su querido periódico EL VIGÍA, era enfrentarse al sol y a los campos como los hidalgos. Era exponer la cara, el cuerpo y el  ánimo a todos los   vientos y tempestades. Era estar seguro de poder marchar convencido de que se tienen derechos adquiridos al camino. Cumplió una verdadera función ciudadana, pues interpretó con exactitud y elegancia los hechos y nos obligó a todos a pensar en ellos.

No era necesario mucho tiempo para hacerse amigo de José Miguel Seijas, porque su grandeza espiritual estaba en la bondad del corazón. Todos creíamos que su salud mejoraría. Dios dispuso otra cosa. Ante sus designios, inclinemos nuestra frente y démosle gracias por haber querido  que esa gran luz de su vida sencilla y humilde brillara por varios años sobre nuestra querida Villa de Cura.

Texto: Chencho Adames / Mayo 2011.

Imagen de El Vigía de Argenis Díaz

Referencia: http://chenchoadamesdesdeelfondodemialma2.blogspot.com/2011/05/hay-personas-y-nombres-que-forman-parte.html

José M. Seijas (1933-2011).

José Miguel Seijas en su juventud.

Portada de El Vigía de Villa de Cura. 1978.



martes, 13 de junio de 2017

Salvador Rodrigo: un quijote con alma musical

A la maestra Amelia Delgado de Alayón, con afecto.

Chencho Adames Aponte

PRIMER ACTO

Estoy firmemente convencido que los grandes problemas de Venezuela, el no lograr salir de un envilecedor subdesarrollo, en todos los ámbitos, tienen una raíz común: la falta, en todos los niveles, de una verdadera educación que siembre valores, cree hábitos buenos, fortalezca las voluntades y lleve a comportarse como un honesto ciudadano, respetuoso de los derechos y fiel cumplidor de los deberes.

Muchos villacuranos, nativos o adoptivos, desarrollan tareas constructivas en ámbitos diversos y en diferentes aspectos, en pos de un destino común. Ese conjunto de seres, trabajando con pasión hacen posible ese destino, que no es otro que la grandeza de Villa de Cura y de Venezuela. El empeño y la vocación de servicio de todos ellos constituyen una amalgama que los aglutina en un sentimiento común: la villacuranidad. Amor a la ciudad, apego a sus raíces históricas y a sus hermosas tradiciones, orgullo por nuestro pasado.  Una conjunción plural de emociones y afectos, en fin, que convierten en pasión el amor por la ciudad. En la edificación de esa villacuranidad, una persona ocupa lugar preeminente: Salvador Rodrigo Lozano.

El padre Salvador ha hecho de su apostolado un tránsito lleno de lecciones y de ejemplos. Hoy, al cumplir cincuenta años de vida sacerdotal, lejos de reflejarse en una retirada que luce lógica y merecida, extrae y aprovecha hasta la última gota una savia que otorga al árbol de su existencia una asombrosa fecundidad. Mucho le debe Villa de Cura a este personaje.  Su dinamismo le permite destacarse en todas las áreas del quehacer público: en el arte y la cultura, en la vida social, en el hermoso terreno de la filantropía y en tantos aspectos, en fin, por los cuales camina el cotidiano devenir de la ciudad.

Hombre de carácter afable y de virtudes lleno. Hidalgo caballero de la gentil ciudad.  En el sendero andante de su vida no ha sesgado ni un instante sus compromisos que se ha trazado a través de su vida. Dado para las causas nobles, ha sido un activista de cuanto hecho cultural, social o económico se haya realizado, demás está enumerarlos.

SEGUNDO ACTO

Me imagino que estoy entrando a Cáseda, una villa y municipio español de Navarra; desde el puente contemplo el río Aragón con su piscina natural que tantas veces disfrutó el niño Salvador, al regresar de los campos, buscando frutas y correteando por sus calles. Otras veces, los juegos con sus hermanos eran en el templo: uno hacía de sacerdote, otro de monaguillo, otro tocaba las campanas. Todos los juegos de niños giraban en torno a lo sacro. Sí, adivinaron, me estoy refiriendo a nuestro querido párroco Salvador Rodrigo, quien está celebrando cincuenta años de vida sacerdotal.

Nacido en Cáseda, en 1943; ordenado en Pamplona, España, el 25 de junio de 1967 y que hoy ronda los 74 años; años fructíferos, de labor ardua, de tarea cumplida. Estudió la primaria en la Escuela Pública Municipal, la cual era solo para varones y tenía tres maestros, los cuales pasaban dos grados con cada uno. A todos les daban el mismo libro; insistían mucho con la lectura, la ortografía y el dictado, cuando llegó al Seminario les llevaba una morena a los niños de la ciudad, estaba muy adelantado.  A su edad, hacía raíces cuadradas y cúbicas.

Para ir al Seminario, el cura del pueblo lo tuvo cuatro meses haciendo ejercicios morfológicos, los cuales practicaba de memoria.  Ya en bachillerato, a los once años, los ejercicios que a los demás les llevaban una hora, a él le tomaban cinco minutos. Luego estudió tres años de Filosofía y cuatro de Teología en el Seminario Conciliar San Miguel Arcángel de Pamplona, donde se ordenó de sacerdote.  También cursó lenguaje musical, gregoriano y dirección coral; en Venezuela completó sus estudios musicales.

En ese Seminario estuvo de visita el obispo de Maracay, Feliciano González quien les dijo que ya que había muchos sacerdotes y seminaristas, por qué no se animaban a venirse para el nuevo Obispado.  Así fue como el recordado padre Felipe Marco se vino primero a Villa de Cura en 1968.  Salvador, muy joven aún, tuvo que esperar dos años.  Llegó a nuestra ciudad en marzo de 1970, como vicario auxiliar. Por cierto, recién ordenado sacerdote, antes de venir a Venezuela hizo una pasantía de verano en Brooklyn, en una parroquia puertorriqueña, donde vio una oferta de cambures maduros, enormes; compró unos y se los fue comiendo por la calle, tenían un sabor astringente que limaba la lengua.  Los botó en la primera papelera. En Venezuela fue que se dio cuenta que había comprado plátanos (no los conocía), pensando que eran cambures grandes.

TERCER ACTO

Este perfil biográfico del padre Salvador, obedece a dos imperativos del corazón: uno de gratitud y otro de justicia.  De gratitud hacia el sacerdote-educador insigne que ilumina mentes, robustece voluntades, siembra valores auténticos y plasma personalidades.
Es además un imperativo de justicia el dar justo reconocimiento a los verdaderos servidores de la patria, el no dejar caer en el olvido los heroicos sacrificios que requirió al fundar y acrecentar el merecido prestigio de su obra cumbre: los Niños Cantores de Villa de Cura.
Justo es igualmente que se conozca la figura de este sacerdote diocesano villacurano (me niego a nombrarlo español), que ha dedicado toda su vida, con pasión y notable éxito, a formar miles de profesionales, que enaltecen con su vida y su trabajo la profesión de maestro y educador.

Su historia está esculpida en el corazón de sus alumnos, exalumnos y todo el pueblo villacurano: fundador y director de los Niños Cantores en 1970; inaugura su moderna sede propia en 1986, cuenta con cuatro coros.  Aquí ejerce como cura párroco (esta parroquia es muy grande y tiene costumbres muy arraigadas, como la peregrinación, el santo sepulcro y toda la semana santa, las fiestas patronales en honor a san Luis Rey, las  primeras comuniones, que consumen mucho tiempo). Desarrolla su actividad educativa en la Escuela de Música Ángel Briceño.  Tienen imprenta y estudios propios, donde han grabado seis producciones discográficas.  Han realizado trece giras por Europa y América, participando en numerosos festivales corales.  Inolvidable fue la magistral actuación en la plaza San Pedro en el Vaticano junto al Papa Juan Pablo II en honor a la beata María de San José y la participación en el Festival de Tolosa, considerado junto con el de Alemania, los más importantes del mundo.  El estado Aragua los declaró Patrimonio Cultural y el antiguo Conac les otorgó el Premio Coral Vinicio Adames.

Al acercarme al padre Salvador, tengo la sensación que en su sencillez se transparenta la auténtica dignidad humana.  Su presencia dignifica y ennoblece.
Villacuranos: les he presentado, con orgullo, un modelo a imitar en la construcción de una Venezuela mejor.

Villa de Cura, junio de 2017.
Fotos cortesía de Chencho Adames Aponte


Pbro. Salvador Rodrigo.

Pbro. Salvador Rodrigo con el autor de este artículo, Chencho Adames.

Pbro. Salvador y autoridades políticas y religiosas.


Dirigiendo el coro Niños Cantores de Villa de Cura.

Pbro. Salvador Rodrigo, un quijote musical



martes, 6 de junio de 2017

Un villacurano: Autor del alma llanera

Carlos Yusti lo llamó un escritor "tapa amarilla", pero también un "polígrafo inverosímil" dotado de una mente prodigiosa. Lo cierto es que Rafael Bolívar Coronado ocupa un sitio incómodo en la historia de nuestra literatura, por su audacia y desparpajo, por no buscar un nombre en la Letras, sino ocultarse entre centenares de seudónimos y heterónimos para resolver su crisis existencial o su hambre. Se le halaga por se un pionero de la entrevista y el reportaje periodístico y se le recuerda por ser el autor de la letra del "Alma Llanera".

Cada año, el seis de junio se cumple un aniversario más del nacimiento de un villacurano excepcional: Rafael Bolívar Coronado (1884 -1924), escritor, poeta y narrador, autor de la letra del joropo “Alma Llanera” cuya música debemos al insigne compositor nacido en La Guaira, Pedro Elías Gutiérrez (1870-1954).

Rafael Bolívar Coronado, hijo de Rafael Bolívar (también escritor) y doña Emilia Coronado, nació en la antigua calle Curita, hoy calle Páez, en una casa marcada con el número 39 “con un patio poblado de rosales y resedas y en cada ángulo un jazmín real”. Su infancia transcurre entre esa casa y la hacienda Guayabal, cerca del río Las Minas; su juventud, en Caracas. 

En marzo de 1913 regresa a Villa de Cura y es en una vieja casona ubicada en la serranía sur del pueblo, Santa Rosa, donde una noche, alumbrándose con una lámpara de kerosén, logra la letra inmortal de la zarzuela Alma Llanera, que luego se estrena en el Teatro Caracas el 19 de septiembre de 1914, con ausencia del autor que huye despavorido a mitad de la obra por temor al fracaso. Sin embargo, el éxito fue apoteósico aunque los aplausos se los llevara por partida doble el compositor Pedro Elías Gutiérrez.

Bolívar Coronado confundió al mundo literario de su época, firmando sus obras con más de 600 seudónimos y hererónimos, entre los cuales figuran nombres como Rubén Darío, Andrés Bello y Daniel Mendoza. En Barcelona, España, después de tantas penurias, buscando la movilidad, dando siempre de que hablar, limosnero de un nombre propio en la literatura hispanoamericana, periodista a veces, aventurero siempre, con la campiña aragüeña entre pecho y espalda, muere el 31 de enero de 1924.

En lo literario, dejó 26 libros, entre ellos la primera biografía de Vladimir Lenin en español, publicada en España en 1919 con el seudónimo de Jesús Castillo, así como varias antologías de poetas y prosistas latinoamericanos, sus memorias noveladas, pero con 95% de verdad, que son sus Memorias de un semibárbaro, que reeditó en corto tiraje hace unos dos o tres años la editorial El Perro y la Rana. También tuvo sus aciertos, obtuvo un premio como cuentista con jurado de lujo: Santiago Key-Ayala, Jesús Semprum y Laureano Vallenilla Lanz.

Entre sus obras destaca El Llanero, estudio de sociología venezolana, publicada en la Editorial América, de Rufino Blanco Fombona en España hacia 1919 y que atribuyó apócrifamente a Daniel Mendoza, el escritor costumbrista nacido en Ortiz (Guárico) en las primeras décadas del siglo XIX. A principios de 1950, el entonces joven investigador de literatura Oscar Sambrano Urdaneta, determinó por algunos detalles que Daniel Mendoza no escribió el texto y en una de sus obras anotó que Rafael Bolívar Coronado era el autor con tal seudónimo.

En su descargo hay que decir que él sí reivindicó a los autores venezolanos y personajes de diferentes ramas del saber en su tiempo cuando escribió las entradas biográficas nada menos que de la Gran Enciclopedia Espasa que en más de cincuenta volúmenes se publicó –y se sigue reeditando- en España, la misma Enciclopedia que anhelaba tener Jorge Luis Borges, pero supuestamente el dinero no le alcanzaba.

A Rafael Bolívar Coronado hay que reeditarle sus principales obras, reivindicarlo en la literatura nacional, en la prosa, recopilar sus crónicas en El Cojo Ilustrado, La Revista, Actualidades, El Nuevo Diario, El Impulso (de Barquisimeto), Puntos y Comas (de Villa de Cura) "porque en su poesía no hay nada que buscar", eso lo dijo Oldman Botello.

Fue un autor perdido en un enjambre de seudónimos (alrededor de 600 le contabilizó el escritor y bibliófilo Rafael Ramón Castellano) y de trampas literarias para “quitarle las telarañas a las muelas”, según sus propias palabras. Ciertamente, Coronado publicó muchos textos (cuentos, artículos de prensa, poemas y un copioso etcétera) con el nombre de autores existente unos y de autores productos de su afiebrada imaginación otros. De los pocos libros que salieron con su nombre puede contarse Memorias de un semibárbaro.
De Bolívar Coronado escribió Carlos Yusti: "Escribió muchos libros y ninguno, tuvo buena cantidad de nombres y ninguno. Para Coronado el acto de escribir no fue ni por asomo una forma de alcanzar la gloria o el éxito intelectual, fue si se quiere un medio para subsistir y sufragar sus gastos primarios. Nunca estuvo preocupado de la obra, ni de la inmortalidad, sólo estaba a contrarreloj para conseguir algunas monedas..."
Hay dos libros de consulta necesarios para conocer de cerca a Rafael Bolívar Coronado: El hombre que nació para el ruido de Oldman Botello y Un hombre con mas de seiscientos nombres escrito por ese historiador, filósofo, ensayista, catedrático e increíble bibliófilo como lo es Rafael Ramón Castellanos.

Texto. Argenis Díaz.

Referencias

Botello Oldman. El hombre que nació para el ruido. Editorial Miranda. Marzo, 1993.

http://grupolipo.blogspot.com/2016/04/rafael-bolivar-coronado-un-escritor.html

Alma llanera

Yo nací en esta ribera,
del Arauca vibrador,
soy hermana de la espuma,
de las garzas, de las rosas
y del Sol, y del Sol.

Me arrulló la viva diana
de la brisa en el palmar,
y por eso tengo el alma
como el alma primorosa
del cristal, del cristal.

Amo, lloro, canto, sueño
con claveles de pasión
para ornar las rubias crines
al potro de mi amador.

Yo nací en esta ribera,
del Arauca vibrador,
soy hermana de la espuma,
de las garzas, de las rosas
y del Sol, y del Sol.

Rafael Bolívar Coronado. 1913


Rafael Bolívar Coronado (1884 -1924)

Publicaciones del Concejo Municipal de Zamora. Aragua







De Oldman Botello. 1993.

Casa natal de Rafael Bolívar Coronado.
Calle Páez N° 39. Villa de Cura. Foto: Argenis Díaz.

lunes, 5 de junio de 2017

Señora PAZ

Desde pequeño he oído nombrarte. Cuando tocaba en la puerta de cualquier casa villacurana me preguntaban: “¿Quién es?”. Yo respondía como me enseñó mi mamá: “¡Gente de paz!”.
Tu nombre es de mujer. No se si eres señora o señorita. Eso es lo de menos. Eso no importa. Te llamaré señora. 
Por todas artes te llaman, te solicitan y tú no acudes. 
Dicen que eres de un blanco resplandeciente, señora Paz; que si tú vinieras y reinaras entre nosotros, viviríamos en armonía y sin problemas.
Pero no, por tu ausencia tu color es gris oscuro o negro, jamás blanco. A tu espalda los hombres hieren y se matan; se burlan de ti y de tu Dios, que es nuestro Dios.
Los hombres se aniquilan entre sí por odio, venganza y envidia. Mientras tú llegas quiero quitarte ese color de luto y vestirte de un verde esperanza y pedirle a Dios que los hombres terminen sus venganzas, envidias y rencores para que construyamos una Venezuela nueva donde no haya más dolor y que todos vivamos en medio de la justicia y de la felicidad.
Tu escudo, señora Paz, es la libertad: con él todos queremos pensar y opinar sin temor a retaliaciones.
No tardes, señora Paz. Ven pronto. Te espero.

Por: Chencho Adames Aponte
Villa de Cura, mayo 2017




Sitio web de la imagen: http://reportecatolicolaico.com/2016/04/%C2%BFes-posible-la-paz-en-venezuela.



sábado, 3 de junio de 2017

Wilfredo: el barbero de La Villa

Al entrar, uno se ve en el espejo -luna de azogue- y una vaharada de sahumerio y velas encendidas se mete por la nariz. Hay sobre la repisa frascos de tamaños varios, con lociones verdes y mentoladas, con alcohol perfumado y talcos refrescantes. Me parece que el ambiente tiene un toque mágico, indefinible, como el que uno encontraba de niño en las jugueterías. En la pared, un cuadro de nuestro famoso Cejota muestra a un barbero que muy bien puede ser Wilfredo y frente a él, un aviso que nos recuerda que "No se guarda puesto". 

En el salón, rodeada de muebles artesanales de Magdaleno, está la giratoria silla Koken, como una suerte de trono en el que uno, durante diez minutos, será como un rey.

El radio funciona todo el día, pero la música más rítmica y agradable, metálica, surge de las tijeras (Barrilito o Cometa) cuando, conducidas por la pericia del barbero, van cortando cabellos que caen sobre el piso de cemento rojo, mientras uno se embelesa mirando brochas, atomizadores y las maquinitas especiales para pulir el corte y hacer cosquillas en la nuca. ¡Chas! ¡Chas! Suenan las tijeras. Y las manos del barbero, hábiles y rápidas, se mueven
precisas, con la destreza que dan los años de práctica.

Con su conversar pausado y sus palabras que saltan de un tema a otro, pasando por el beisbol, el boxeo, la política local y nacional, la inseguridad, la inflación, los bachaqueros, la lotería, la música criolla y la de antaño, los toros coleados, las fiestas patronales, la vida del pueblo, Wilfredo es la imagen del clásico barbero lleno de sabiduría, capaz de llevarle los caprichos ideológicos y filosóficos al cliente, y, sobre todo, con la facultad de poder arreglar el mundo en unos cuantos minutos a punto de buen verbo.

Wilfredo Enrique Ribas Ribas, es como una reproducción de aquellos barberos antiguos, expertos en pequeñas cirugías, en sangrías con sanguijuelas, en asuntos herméticos. La barbería se transmuta, en los atardeceres, en una tertulia de vecinos y amigos, donde caben desde el ultimo libro de algún poeta hasta los chismes parroquiales, sazonados con la picaresca de la carne.

Como casi todos los que ofician de fígaros, es un melómano de postín. Verlo en plena acción es un espectáculo, por el manejo eficaz de las tijeras y la máquina de afeitar, por su manera de cortar el pelo, por ese don de gente permanente. No hay duda del afecto por su profesión. Goza con el sonido de las perillas del talco y con la espuma. Nunca se le ve acosado. El desespero no fue hecho para él. Está -exento en apariencia- de angustias existenciales.

Entrar a la barbería de Wilfredo en Villa de Cura, es abrir una cajita de música. Es como penetrar en una galería de sorpresas, donde están presentes las obras de Pedro Nolasco, Orlando Pulido, Cejota, José, Wilmer, el capitán Alfredo Delgado, el pollo Martínez y otros artistas, aromada con olores cristalinos y la mirada siempre presente de santa Bárbara iluminada por su infaltable vela roja.


Chencho Adames Aponte Villa de Cura, junio 2017.

 Dibujo: Cejota / Foto: José Ramón Nadal G.

De un cuadro de Carlos José Martínez, Cejota.