martes, 28 de abril de 2020

Ingrid Chicote: herida por el ritmo de la luna

José Pulido*

Ingrid Chicote es una perseverancia inusual: sus ojos buscan, encandilados en el día y sosegados en la noche, las huellas de lo que fue, las señas de lo que es y la premonición de aquello que será. Y todos sus parpadeos son amorosos. Es una mujer enamorada de la vida y de sus misterios. Es una poeta. Es un ave sentimental que ha caído en el fuego y trata de reponer sus alas con el tejido de las palabras.

Ella es un paisaje espiritual, es la transcripción de esos murmullos que van definiendo la intimidad y el estremecimiento particular de un sitio. Ingrid Chicote podría figurar en un mapa con características de valle poblado, de comunidad herida por la nostalgia y el olvido.

-Una mujer lava atormentada de poemas…- dice Ingrid.

Yo la miro recostada a la casa, en la pared que una sombra efímera protege del solazo. Es la fresca pared que nos ampara cuando conversamos de año en año. A veces lamento no verla más seguido, pero la leo siempre porque me envía sus poemas.

-Una mujer lava atormentada de poemas, piensa en sus infinitas batallas –lavar es un acto poético- limpia la ropa, se purifica la historia personal…- completa la frase.

Ella es una perseverancia que infunde respeto, porque el amor con que se comporta le quita el óxido a las herrumbres, despierta frescura en la resequedad y la hace parecer una señora extraña, martirizada y santificada en una frase, atormentada y endemoniada en la mitad de una oración.

Ella jamás pierde esa sensación de rareza que le otorga lo que está sintiendo y lo que está pensando. Es rara como un arcoiris en el verano de la carretera. Porque no puede decir lo que está pensando y lo que está sintiendo, en la tertulia de la frutería o en la reunión de padres y representantes. Tiene que escribirlo y reescribirlo, decirlo y volverlo a decir. A solas en el confesionario de la cuartilla.

-Una mujer lava, atormentada de poemas, piensa en sus infinitas batallas –lavar es un acto poético- limpia la ropa, se purifica la historia personal, no olvida miradas sobre sus vestidos, buscando enigmas, el secreto de lo oculto, a pesar del detergente, de los infinitos enjuagues, no puede evitar la herida, del ritmo de la luna…- continúa Ingrid.

Cada vez que la leo se me aparece como un espíritu encantado, como una visión apacible. Tengo la certeza de que se materializa frente a mí. Y eso se debe a que su poesía es una confesión de lo que ella es por dentro y por fuera. Uno siente deseos de advertirle que está regalando su alma a todos los ojos que lean esos poemas, que es fácil apresarla como una luciérnaga y meterla dentro de la botella de la desmemoria, de la incomprensión o de la perplejidad. Pero eso es la poesía: algo que estremece a uno y al otro y la reacción de cada quién depende del tamaño y la textura de su sensibilidad.

Estamos recostados a la pared de la casa de mi madre. Ingrid y su compadre conversan en voz baja sobre cosas del arte o de las hierbas medicinales. El compadre de Ingrid es uno de sus lectores más confiables. Es artista, escultor y tallador. Se llama Orlando Arnaldo José Pulido, y es mi hermano menor. Mientras hablan yo leo el poema que hemos estado diluyendo y extendiendo bajo el sol.



ACTO POÉTICO
Una mujer lava
Atormentada de poemas

Piensa en sus infinitas batallas

          -lavar es un acto poético-

Limpia la ropa
se purifica la historia personal
No olvida miradas
sobre sus vestidos
buscando enigmas
          el secreto de lo oculto

A pesar del detergente
         de los infinitos enjuagues
no puede evitar la herida
del ritmo de la luna

La huella eterna
       - constancia del género -
que a pesar de su antigüedad
no se cura con suturas
ni exilia para siempre
el encuentro
con los caballos míticos del alma

¿Se han dado cuenta de que ese poema es todo lo que he deseado comentar sobre la poesía y la calidad humana de Ingrid Chicote? Ese solo poema es una muestra de la intensidad con que suelta sus coletazos el pez fuera del agua; es la furia de la ternura, es el candoroso diapasón de la piedra, es la dulce presencia del calvario cotidiano, es la cruz que se comparte en la palabra.

La luna, esa soledad implícita, ha servido tanto para la consumación del verbo, que se ha pasado una eternidad a la intemperie, corriendo peligro de cursilería. Pero Ingrid ha conseguido uno de los versos más hermosos y significativos aludiendo a la luna:

A pesar del detergente
de los infinitos enjuagues
no puede evitar la herida
del ritmo de la luna

Todo el libro que Ingrid ha reunido con sus poemas ya vale la pena, porque ese verso justifica y ratifica la necesidad de conocerla, de leerla. No es fácil lidiar con la luna y salir caminando con certidumbre y gracia.

Podría seguir hablando durante muchas cuartillas sobre Ingrid Chicote, pero eso deben hacerlo sus poemas y nada más que sus poemas. Sin embargo debo insistir en algo: cuando me encuentro con Ingrid y hablamos de esto y aquello, de lo humano y lo inhumano, siento que me he desarraigado un poco. A ese pueblo de ella, que es también mi pueblo, no voy todas las veces que quisiera, porque cuando lo veo me pongo demasiado triste. Me siento como uno de los cargadores del santo sepulcro de la tristeza. Sí: ese pueblo mío tengo que mantenerlo en la memoria de la infancia para que no se me deshaga en la mirada. 

Por eso transito constantemente la poesía de Ingrid Chicote. Ella contiene, en clave de cariño, uno de los paisajes espirituales que prefiero mirar.

Prólogo al poemario inédito Lomo de nubes
(selección poética) de Ingrid Chicote. 2009


*Escritor, periodista, narrador y poeta villacurano.

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