viernes, 18 de junio de 2021

El libro de Pablo Cabrera

Con motivo de la pronta publicación de un nuevo libro del poeta Pablo Cabrera, hemos querido reproducir este comentario del poeta y columnista Eugenio Carrasquel publicado en el quincenario El Vigía en el año 1993...

J. Eugenio Carrasquel

No se puede hablar del hombre y su obra viva sin examinar a fondo los resultados que los confirman en la historia, a la luz de su tiempo. Se trata en estos momentos de una nueva aurora que aflora y gravita en la dinámica espiritual del hombre, su vida y su obra afirmativas, en respuesta a los imperativos de su época. En efecto, tengo aquí entre mis manos con amable dedicatoria “El Canto del Ruiseñor”, el libro de Pablo Cabrera y mientras lo leo, siento que me sumerjo en las aguas cristalinas de los ríos Tucutunemo y Curita. Realmente, me obsesiona la idea de meterme y pasear meditabundo por los amplios corredores coloniales de la histórica casa de “La Hacienda El Ancón”, adentrarme en el Asentamiento Campesino de El Cortijo y Los Bagres, llegarme a El Ocumo, El Espinal, El Chorro y Caicara. Siento acuciantes deseos de treparme al cerro “El Vigía” en la grata compañía de J. M. Seijas y Ramón Vásquez Montaña, examinar el horizonte desde el ventisquero de su cumbre y las perspectivas ciertas del periodismo de provincia frente a los nuevos tipos. Pasarme un rato largo en “La Alameda” viendo jugar bolas criollas a don Dionisio Infante y don Antonio Quevedo, al “culebrero” con su boa arrollada al cuello voceando las propiedades curativas de “un Ungüento Mágico”, mientras apuro un trago de “Berro” en la Pulpería de don Pacho Espi.

En verdad que leyendo “El Canto del Ruiseñor” me apasionan las ganas de inscribirme en la Escuela de Contabilidad y Cálculos Mercantiles de Ana Belén Aular y disfrutar un mundo de complacencias recitando sus maravillosos versos. Caminar por la Calle Bolívar de La Villa desde El Pozote hasta Los Tanques la antigua posesión “gorrondonera”. Me cautivan vehementes deseos de invitar al profesor Cordero, Esteban Nieves, don Carlos Parra y Juan José Vargas Castillo, hacerle una visita de puro contenido folklórico a doña Reina Lucero en “Palo Negro” y regresar por San Francisco de Asís saludando de paso a Marcelino Sánchez, Pedro María Bolívar y don Vicente Velásquez en el “Bar El Tamarindo”. Regresar por la misma vía y tomar del brazo a Vinicio Jaén Landa, Elías Rodríguez Argüello y José Manuel Morgado, invitarlos a subir conmigo “El Cerro de Los Chivos” y allí en la cima recordar a don Rafael Sosa y don José Miguel Seijas, animadores entusiastas de la cría de bovinos y caprinos en La Villa, cuando expendían el litro de leche a Bs. 0,25.

Al mismo tiempo, cumpliendo un sagrado deber venezolano, quiero acercarme reverente y rendir un homenaje al busto en bronce del General en Jefe José Santiago Mariño, perdido entre la maraña boscosa de espinosos cujíes en el sitio memorable de “La Batalla de Boca Chica” y de regreso hacer un alto en la Casa de Boves o Casa del santo Sepulcro de La Villa.

Pienso que el libro del poeta Pablo Cabrera es apasionante, ameno, emotivo, atractivo, cautivante y de las más pura y esclarecida raigambre popular villacurana, mantenida invariable su vigencia en el almo y el corazón de su pueblo a través del tiempo y de la historia. Contiene altiva y sostenida la dulzura y la exquisitez de los bizcochuelos y los manjares fabricados por las manos insustituibles de doña Carlina Padrón y la belleza impresionante y sugestiva de una pintura de “C.J”, cuya sensibilidad y sentimiento expresivo de las Artes Plásticas lo consagran como uno de los grandes valores artísticos venezolanos nacido en Villa de Cura, que se crece con el tiempo.

Y es que a medida que penetro en honduras la lectura del libro de Pablo Cabrera, siento que mis raíces penetran más profundo en la tierra de los cafetos, los bucares y los samanes aragüeños y entonces, me asaltan los deseos de asir las manos de “La India Hermosa” que engalana uno de los poemas de “El Canto del Ruiseñor”, a Ramón Elías Arocha, Argenis Díaz, Antonio Moreno y a “C. J.”, para que acompañen a escalar la Mole montañosa que configuran las serranías de Cataure, Semen y Cataurón.

Al final de estas remembranzas y motivos de diálogo espiritual con los ríos, el canto mañanero de los pájaros, los sitios que nos recuerdan el ayer, los paisajes y los parques recreativas de nuestra querida Villa, que me sugiere la lectura del libro del poeta Cabrera en sus brillantes páginas, quiero llegar al barrio “Las Tablitas”, visitar “La Peña de Ña Cirila”, recordar a Juana Méndez y darle un apretón de manos a don Reinaldo Silvera, que con su característica hidalguía social ejemplar, patentiza su identidad de genuino villacurano en pro de la industria, el arte, el deporte y la cultura regional, fijar mi resistencia permanente al lado de la casita nativa y disfrutar de la amable vecindad y afinidad espiritual del poeta villacurano Pablo Cabrera, de quien espero desde luego la publicación de otros libros tan interesantes como “El Canto del Ruiseñor”, sin descuidar la siembra activa de amor en el alma y corazón de su pueblo, sus campiñas, sus paisajes y por su puesto sus gentes de extraordinaria calidad y altura fraternal sin duda.

 El Vigía de Villa de Cura, enero de 1993.

 

Poemario de Pablo Cabrera.


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