A la maestra Amelia Delgado de Alayón, con afecto.
Chencho Adames Aponte
PRIMER ACTO
Estoy firmemente convencido que los grandes problemas de Venezuela, el no lograr salir de un envilecedor subdesarrollo, en todos los ámbitos, tienen una raíz común: la falta, en todos los niveles, de una verdadera educación que siembre valores, cree hábitos buenos, fortalezca las voluntades y lleve a comportarse como un honesto ciudadano, respetuoso de los derechos y fiel cumplidor de los deberes.
Muchos villacuranos, nativos o adoptivos, desarrollan tareas constructivas en ámbitos diversos y en diferentes aspectos, en pos de un destino común. Ese conjunto de seres, trabajando con pasión hacen posible ese destino, que no es otro que la grandeza de Villa de Cura y de Venezuela. El empeño y la vocación de servicio de todos ellos constituyen una amalgama que los aglutina en un sentimiento común: la villacuranidad. Amor a la ciudad, apego a sus raíces históricas y a sus hermosas tradiciones, orgullo por nuestro pasado. Una conjunción plural de emociones y afectos, en fin, que convierten en pasión el amor por la ciudad. En la edificación de esa villacuranidad, una persona ocupa lugar preeminente: Salvador Rodrigo Lozano.
El padre Salvador ha hecho de su apostolado un tránsito lleno de lecciones y de ejemplos. Hoy, al cumplir cincuenta años de vida sacerdotal, lejos de reflejarse en una retirada que luce lógica y merecida, extrae y aprovecha hasta la última gota una savia que otorga al árbol de su existencia una asombrosa fecundidad. Mucho le debe Villa de Cura a este personaje. Su dinamismo le permite destacarse en todas las áreas del quehacer público: en el arte y la cultura, en la vida social, en el hermoso terreno de la filantropía y en tantos aspectos, en fin, por los cuales camina el cotidiano devenir de la ciudad.
Hombre de carácter afable y de virtudes lleno. Hidalgo caballero de la gentil ciudad. En el sendero andante de su vida no ha sesgado ni un instante sus compromisos que se ha trazado a través de su vida. Dado para las causas nobles, ha sido un activista de cuanto hecho cultural, social o económico se haya realizado, demás está enumerarlos.
SEGUNDO ACTO
Me imagino que estoy entrando a Cáseda, una villa y municipio español de Navarra; desde el puente contemplo el río Aragón con su piscina natural que tantas veces disfrutó el niño Salvador, al regresar de los campos, buscando frutas y correteando por sus calles. Otras veces, los juegos con sus hermanos eran en el templo: uno hacía de sacerdote, otro de monaguillo, otro tocaba las campanas. Todos los juegos de niños giraban en torno a lo sacro. Sí, adivinaron, me estoy refiriendo a nuestro querido párroco Salvador Rodrigo, quien está celebrando cincuenta años de vida sacerdotal.
Nacido en Cáseda, en 1943; ordenado en Pamplona, España, el 25 de junio de 1967 y que hoy ronda los 74 años; años fructíferos, de labor ardua, de tarea cumplida. Estudió la primaria en la Escuela Pública Municipal, la cual era solo para varones y tenía tres maestros, los cuales pasaban dos grados con cada uno. A todos les daban el mismo libro; insistían mucho con la lectura, la ortografía y el dictado, cuando llegó al Seminario les llevaba una morena a los niños de la ciudad, estaba muy adelantado. A su edad, hacía raíces cuadradas y cúbicas.
Para ir al Seminario, el cura del pueblo lo tuvo cuatro meses haciendo ejercicios morfológicos, los cuales practicaba de memoria. Ya en bachillerato, a los once años, los ejercicios que a los demás les llevaban una hora, a él le tomaban cinco minutos. Luego estudió tres años de Filosofía y cuatro de Teología en el Seminario Conciliar San Miguel Arcángel de Pamplona, donde se ordenó de sacerdote. También cursó lenguaje musical, gregoriano y dirección coral; en Venezuela completó sus estudios musicales.
En ese Seminario estuvo de visita el obispo de Maracay, Feliciano González quien les dijo que ya que había muchos sacerdotes y seminaristas, por qué no se animaban a venirse para el nuevo Obispado. Así fue como el recordado padre Felipe Marco se vino primero a Villa de Cura en 1968. Salvador, muy joven aún, tuvo que esperar dos años. Llegó a nuestra ciudad en marzo de 1970, como vicario auxiliar. Por cierto, recién ordenado sacerdote, antes de venir a Venezuela hizo una pasantía de verano en Brooklyn, en una parroquia puertorriqueña, donde vio una oferta de cambures maduros, enormes; compró unos y se los fue comiendo por la calle, tenían un sabor astringente que limaba la lengua. Los botó en la primera papelera. En Venezuela fue que se dio cuenta que había comprado plátanos (no los conocía), pensando que eran cambures grandes.
TERCER ACTO
Este perfil biográfico del padre Salvador, obedece a dos imperativos del corazón: uno de gratitud y otro de justicia. De gratitud hacia el sacerdote-educador insigne que ilumina mentes, robustece voluntades, siembra valores auténticos y plasma personalidades.
Es además un imperativo de justicia el dar justo reconocimiento a los verdaderos servidores de la patria, el no dejar caer en el olvido los heroicos sacrificios que requirió al fundar y acrecentar el merecido prestigio de su obra cumbre: los Niños Cantores de Villa de Cura.
Justo es igualmente que se conozca la figura de este sacerdote diocesano villacurano (me niego a nombrarlo español), que ha dedicado toda su vida, con pasión y notable éxito, a formar miles de profesionales, que enaltecen con su vida y su trabajo la profesión de maestro y educador.
Su historia está esculpida en el corazón de sus alumnos, exalumnos y todo el pueblo villacurano: fundador y director de los Niños Cantores en 1970; inaugura su moderna sede propia en 1986, cuenta con cuatro coros. Aquí ejerce como cura párroco (esta parroquia es muy grande y tiene costumbres muy arraigadas, como la peregrinación, el santo sepulcro y toda la semana santa, las fiestas patronales en honor a san Luis Rey, las primeras comuniones, que consumen mucho tiempo). Desarrolla su actividad educativa en la Escuela de Música Ángel Briceño. Tienen imprenta y estudios propios, donde han grabado seis producciones discográficas. Han realizado trece giras por Europa y América, participando en numerosos festivales corales. Inolvidable fue la magistral actuación en la plaza San Pedro en el Vaticano junto al Papa Juan Pablo II en honor a la beata María de San José y la participación en el Festival de Tolosa, considerado junto con el de Alemania, los más importantes del mundo. El estado Aragua los declaró Patrimonio Cultural y el antiguo Conac les otorgó el Premio Coral Vinicio Adames.
Al acercarme al padre Salvador, tengo la sensación que en su sencillez se transparenta la auténtica dignidad humana. Su presencia dignifica y ennoblece.
Villacuranos: les he presentado, con orgullo, un modelo a imitar en la construcción de una Venezuela mejor.
Villa de Cura, junio de 2017.
Fotos cortesía de Chencho Adames Aponte
Pbro. Salvador Rodrigo. |
Pbro. Salvador Rodrigo con el autor de este artículo, Chencho Adames. |
Pbro. Salvador y autoridades políticas y religiosas. |
Dirigiendo el coro Niños Cantores de Villa de Cura. |
Pbro. Salvador Rodrigo, un quijote musical |
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