LAUDELINO MEJIAS: UN CONTICINIO PARA LA ETERNIDAD

Tal día como hoy, el 30 de noviembre de 1963, se marchó el Maestro que creo una obra en la cual se conjugan la música popular y la sinfónica. En todos los idiomas de la tierra nos enamoramos con su famoso vals Conticinio. Vayan estas palabras como un homenaje a nuestro paisano ilustre cuya obra expresa el alma de nuestro pueblo.

La madrugada que Ana Paula Mejías parió a Laudelino bajaba cantando la Quebrada de Los Cedros. La abuela materna, Isabel, lo recibió en sus manos y los primeros sollozos del niño fueron una bendición en aquella casa humilde, que dormía acariciada por los rumores de los ojos de agua cercanos, y las canciones de Aparicio Lugo, su padre, músico y compositor.

Trujillo era, entonces, un pueblo pequeñito al que cubría la niebla, y cuyas calles se alumbraban con farolitos de aceite. A veces se peleaban entre sí los caudillos de la época y se alteraba la paz del histórico pueblo, por donde anduvo, décadas atrás en el mismo Siglo XIX, el Libertador Simón Bolívar en su lucha por construir nuestra independencia.

Laudelino Mejías nació en la Calle Arriba, llamada también La Calle de Los Músicos. Su padre, Aparicio Lugo, músico y compositor, conforma ese linaje que por el lenguaje de la sangre, sensibilidad y enseñanza, prendiera en Laudelino.

Por eso aquel 29 de agosto de 1893, el día que vino al mundo Laudelino Mejías, hubo cantos, música y brindis en la Calle Arriba., 

Quién iba a imaginar que el recién nacido venía con el don y la pasión de construir una obra para la posteridad. En cada niño que nace hay un artista, la familia y la educación se encargan de que florezca. En el caso de Laudelino, su madre Ana Paula Mejías, su abuela Isabel, y su padre, Aparicio Lugo, fueron fundamentales en sus primeros años.

- Mis primeras lecciones musicales vienen desde la edad de 6 años, cuando mi padre me acompañaba a la guitarra las primeras canciones que aprendí de mi madre, decía el Maestro cuando rememoraba aquellos años.

 

UNA CASITA SONORA

La vivienda de Laudelino era una casita sonora. Su madre cantaba y en aquellas melodías que ella interpretaba encontró el niño la razón de su vida.

Fueron años de felicidad desde que dio sus primeros pasos bajo la protección de su madre querida. Cuando él tenía 8 años falleció, y es su abuela materna, Isabel, quien se encargaría de darle amor, protección y formación a aquel niño talentoso, que tal como lo cuentan quienes lo conocieron "nació músico y poeta o poeta y músico".

Como por acto divino o milagro, en su cabeza, al igual que él, iban creciendo los acordes, notas y sonoridades del paisaje natal. Seguramente iba descubriendo, también, otros misterios de la vida humana.

 Era un niño que destacaba en aquella comunidad. No es una exageración decir, que con niños de la Calle Arriba Laudelino Mejías creó su primera banda. Tenía apenas 8 años. Ellos mismos fabricaban los clarinetes y flautas, de carruzo y bambú, y otros instrumentos con los recursos que le proveía el lugar y su

 imaginación. ¡Qué niños ingeniosos, aquellos de la Calle Arriba, compañeros de Laudelino!

Veían y escuchaban tocar a los músicos que luego integraron la Orquesta Vásquez. Algunos eran sus propios padres, de manera que aquella calle sonora era también una escuela. Y, la casita de Laudelino, donde se oían las serenatas de Aparicio Lugo, se convirtió en el centro de aquellos muchachos que tenían como diversión, además de la música, recorrer los campos cercanos, bañarse en los pozos de agua, comer mamones y jumangues oyendo cantar la tierra

 

EL NIÑO TRABAJADOR

Desde muy pequeño, Laudelino Mejías fue un niño de trabajo. Su abuela Isabel elaboraba exquisitas comidas y dulcería criolla, que él vendía en azafate. Las calles del pueblo, de unos 3 mil habitantes, le quedaban pequeñas a aquel niño emprendedor, y alegre.

Desde la Calle Arriba partía silbando al amanecer. Repetía las canciones que escuchó cantar a su madre, mientras pregonaba las exquisiteces de su bandeja portadora de sabores.

-A cobre, a cobre, las hallacas de caraota, el sabroso pan de La Calle Arriba...

Mientras su mirada viajaba por entre aquellas montañas, que más tarde metería en sus canciones.

Son famosos los manjares de su abuela Isabel, y él, el niño más alegre y chistoso que esperan los viejos trujillanos para celebrar su ingenio. Después de aquellos recorridos debía volver a casa y luego ir a la escuela.

La historia de Laudelino está unida a su madre y su abuela, dos mujeres con temple que asumieron la educación del niño.   

Lo que determinó la vida de Laudelino Mejías, fue su vocación de hombre de pueblo. Amaba su lugar de origen, su Trujillo natal.

Nadie como él ha descifrado la belleza de su tierra, el sentir de su habitante que en su obra respira, habla, canta, murmura, sueña. Él es su intérprete, su compositor privilegiado. Su gran oído.

Imagino a aquel niño que mañaneaba para vender  las granjerías  que elaboraba  su abuela , y con cuyas ganancias se mantenían, y creo que allí  comenzó  en él su identidad con el pueblo pobre, pleno de gracia, música y saberes, que poblaron y enriquecieron  su espíritu. Era uno de ellos.

 

EL NACIMIENTO DEL MÚSICO

En nuestros campos y pueblos la música se aprende de oído. Son privilegiados los niños trujillanos. Laudelino no fue una excepción, llevaba la música en sus genes.

Dicen los entendidos que se nace músico o poeta, sin embargo, cuánto estudio y dedicación se necesita para hacer una obra como la suya.

Su primer maestro fue su padre. Así lo comentaba en entrevista que le hicieran cuando su obra era ya reconocida.

"Exactamente de él aprendí solfeo, teoría y técnica de Clarinete; fue mi primer maestro. Para aquel entonces era subdirector de la Banda Sucre, que hoy dirijo"

El comienzo del Siglo XX trae transformaciones muy positivas de la música en Trujillo, y en Laudelino Mejías.

En 1903 se funda la Banda Vásquez, de la cual formaba parte su padre como clarinetista. Y en 1906 llega a Trujillo el sacerdote Francisco Esteban Rasquin. Lo que se produjo con la llegada del clérigo, músico y pedagogo español fue una verdadera transformación en el arte.

Funda una Escuela Filarmónica en 1908, y en 1910 crea la Banda Filarmónica, que sustituye a la Banda Vásquez. El padre Razquin es el director, y el sub director Aparicio Lugo, quien fallece en diciembre de 1911. Laudelino, quien ya andaba por los 18 años lo sustituye. La personalidad y condiciones musicales lo convierten en director de Banda siendo apenas un joven.

El encuentro de Laudelino con el padre Rasquin fue muy afortunado. El Maestro encontró a un aventajado discípulo, a quien se le abrieron los caminos para   adquirir mayores conocimientos musicales y pedagógicos, e ir construyendo el más hermoso compendio musical que enorgullece a Trujillo y a Venezuela.

Paralelamente, Laudelino iba formando su otra obra de la sensibilidad nacida en Trujillo: La Banda de Conciertos, que comenzó a dirigir en 1916, cuando su maestro, el padre Rasquin, es expulsado del país por razones políticas.

La agrupación musical se llamó Banda Filarmónica hasta 1924, cuando pasó a llamarse Banda Sucre. A partir de 1965, a dos años del fallecimiento del maestro Laudelino, le cambiaron el nombre a Banda de Conciertos Laudelino Mejías, en su honor.

A Laudelino debemos no sólo su obra de proyección mundial, sino también la Escuela en que se convirtió la Banda, que él consideraba otra hija suya.

En efecto, la Banda ha sido una escuela de formación artística y social en la cual se han formado músicos venezolanos y extranjeros.

Laudelino Mejías resume las condiciones de pedagogo, de quien vivió para servir y contribuir a la formación de ciudadanos sensibles. Se jubiló en 1955, y nueve años después fallece en Caracas, el 30 de noviembre de 1963.

LAUDELINO ESTUDIANTE

Trabajar y estudiar fueron las palabras que definieron a Laudelino Mejías.

 Desde aquel niño vendedor de granjerías, y su crecimiento como músico, Laudelino fue aprendiendo y desempeñando otros oficios. Fue sastre y pulpero. Era célebre su pulpería en Puente Machado, donde construyó casa. Allí se daban cita sus amigos, todos músicos, y como es lógico, allí crecía todos los días el cancionero trujillano.

Con el padre Rasquin Laudelino entra en conocimiento del repertorio de la música  clásica ,de la música universal,  aprendiendo armonía, contrapunto, fuga. Con otros maestros perfeccionaría sus conocimientos.

En 1917 estudió instrumentación con el profesor Marcos Bianchi, Maestro italiano que vivió dos años en Pampán, hasta donde Laudelino se trasladaba a caballo o a pie. Y más tarde, bajo la dirección del Maestro Leopoldo Martucci, perfeccionó todos los conocimientos adquiridos.

Una vez le preguntaron cuáles instrumentos tocaba y contestó: "El Clarinete. Y mediante los estudios que hice sobre instrumentación he logrado el dominio de todos los instrumentos del elenco bandístico".

Forzado por las circunstancias políticas, Laudelino vivió en dos ocasiones fuera de Trujillo. En   Maracaibo (1920), y de 1931 a 1933, en Ciudad Bolívar. En ambas regiones dejó honda huella como pedagogo y compositor.

Mirando el Lago de Maracaibo lloraba de felicidad y nostalgia. Frente a aquella inmensidad azul iba naciendo en él otra canción, porque el cuerpo de Laudelino tenía un alma que recibía la música de Dios y del paisaje., y sentía nostalgia de su Quebrada de Los Cedros, que lo arrullaba cuando era niño. Porque los poetas, como él, no olvidan jamás los días más bonitos de la vida que son aquellos primeros años en los que van descubriendo el mundo y amando lo que los rodea.

El día que conoció el río Orinoco, su corazón cantaba alegre.  Estaba naciendo una obra musical para que la escuchemos los seres humanos de todos los tiempos y lugares.

En Ciudad Bolívar dirigió la Banda Gómez, formó músicos, una Escuela de Música, y nacieron nuevas obras.

Allí se reencontraría con el padre Razquin, a quien la dictadura gomecista había suspendido su destierro. Fue un encuentro memorable el de aquellos dos creadores. Conversaban, recreaban los años de Trujillo, y, seguramente, nacían nuevas obras de aquellos dos espíritus privilegiados.

VALERA Y CONTICINIO

Cuando Laudelino llegó a Valera venía de Maracaibo, en 1921; el pueblo era pequeñito.  Un lugar de encuentro de viajeros provenientes del llano, del centro y de los páramos, era gente de a caballo y cobija.

Cerca del Llano de San Pedro hizo su hogar, que era también escuela, porque donde llegaba Laudelino llegaba la música y la alegría.

Muy pronto supieron los valeranos quien era aquel hombre flaco, alto y chistoso que cuando dirigía la Orquesta Lamas, o interpretaba una obra suya, los acercaba más a Dios.

- Pero ¡que belleza!, decían.

Lo llamaban boquilla de cristal, cuando tocaba el Clarinete y todos lo escuchaban extasiados.

Lo que nadie se imaginó es que, en aquella casa humilde valerana, muy cerca del zanjón del Tigre, donde impartía clases de música y compuso tantas canciones, iba a nacer Conticinio, el más famoso vals venezolano, que va por todo el mundo haciendo que se quiera más la gente.

-Conticinio -contaba el Maestro-es una pieza que me trae muchos recuerdos, incluso hasta la callada noche en que lo compuse y fue por ello, por el Silencio que reinaba, que me inspiré.

El poeta músico estremecido su ser por un amor sublime, llega a estados de ensoñación, escucha el silencio y nos lo brinda, como para que todo quien escuche Conticinio conozca el resplandor del corazón humano cuando lo posee la belleza, y las sonoridades de la tierra hacen eclosión.

MÁS DE 300 COMPOSICIONES

En la obra de Laudelino Mejías hay un retrato de su propia vida, del ser pueblo que era él.

Si Conticinio nos lleva al estremecimiento y conmoción, porque eleva nuestra condición humana y sensible, también hay obras habitadas por sus afectos, como la canción que dedica a su primera novia, Angelina, quien sería su esposa hasta que falleció, en 1945. Igualmente, son notables los valses que dedica a Gilberto, su primer hijo, y a Marlene, una de sus hijas.

Desde su primera composición Mi primer vals, su obra compendia estados del espíritu. Mirando el Lago, por ejemplo, es su conmoción frente a esa maravilla, que lo sorprende cuando se va a Maracaibo. En el aparece la melancolía de quien extrañaba el suelo natal.

Silencio Corazón, Imposible, En las Horas, considerada esta última como una de sus grandes obras, plena de romanticismo, evocación de un amor, canta las ausencias que también lo habitaban.

Más de 300 composiciones: danzas, valses, canciones, sinfonías, pasodobles, himnos, conforman el legado sonoro de aquel hombre flaco, huesudo como el Quijote, y con espíritu robusto para enfrentar los dolores que afectaron su humanidad.

Su repertorio musical es tan amplio, y   hermosas sus composiciones, que en ellas tienen los amantes de la música, especialmente los niños trujillanos, el más preciado regalo que creador alguno haya dejado a la posteridad.

Por supuesto, que hay en su obra parte del humor que lo caracterizó y su amor a los personajes populares o instituciones trujillanas, como el Mocho Leopoldo, Con cariñito, la Banda Sucre, o de corte religioso como Viernes Santo, San Antonio, del cual era devoto.

En el Poema Sinfónico Alma de mi pueblo resume su concepto del espíritu del pueblo, que él conocía en distintas edades de su vida. Están allí rostros, dolores, alegrías, instantes y paisajes amados, es decir, el ánima de su tierra natal.

Canto a mis montañas es un poema sinfónico pleno de fuerza telúrica. Es la tierra que canta. Las voces que oculta el árbol, las leyendas y creencias, el sonido de los ojos de agua y la fe del campesino que la habita.

Mirabel es un homenaje a la raíz primigenia, alma, sangre y piel aborigen de donde proviene el artista que nos conmueve con cada una de sus obras.

El poema sinfónico Trujillo es su gran obra, y una de las grandes obras de la literatura bandística del mundo, tal como lo refiere el profesor Jorge Carrillo, Maestro de generaciones de músicos trujillanos.

Si bien Conticinio es su punto de arranque en la música popular, y Laudelino uno de los compositores más exquisitos, los poemas sinfónicos dan razón de su formación como compositor de música denominada culta.

El humorista que era es tema de conversación de los viejos trujillanos que lo conocieron. Cuando en 1928 sufrió una hemiplejia, que le afecto el movimiento de su brazo izquierdo, impidiéndole seguir la carrera como ejecutante de su instrumento favorito, el clarinete, lo tomó con mucha sabiduría. Su reciedumbre de raíz indígena le permitió recuperarse y continuar su carrera como director, y compositor.

RECONOCIMIENTOS A LA OBRA

La creatividad del maestro Laudelino Mejías tuvo reconocimiento regional, nacional e internacional. Muchas fueron las medallas, diplomas, pergaminos, trofeos, discursos en sesiones especiales, artículos de prensa elogiando su obra, bustos y condecoraciones.

Entre 1944 y 1957   recibe once galardones, entre los más resaltantes,  el título de Maestro Honoris Causa, otorgado por  la Academia de Música de Roma,  en 1953, por su Poema Sinfónico Trujillo., y,  en 1955,  La Lira de Plata, por  el Vals Conticinio.

Igualmente, el primer premio obtenido por su Himno a la Victoria concedido por unanimidad por un jurado integrado por los célebres músicos Vicente Emilio Sojo, Juan Bautista Plaza y Prudencio Essá.

En ocasiones.  el maestro Laudelino Mejías actuó como director, invitado, de la Banda Marcial Caracas, una distinción que no todos los directores de provincia tenían para la época; era un estímulo para ellos recibir el aplauso y cariño de coterráneos y público de la capital venezolana.

 ALIRIO DÍAZ, SU ALUMNO

Un día el sabio caroreño Chío Zubillaga, amigo y admirador suyo, le envió un alumno para que lo formara musicalmente. Se llamaba Alirio Díaz, había nacido, como Laudelino, músico. Vino al mundo en una aldea llamada La Candelaria del estado Lara, y era criador de chivos.

El muchacho, humilde y talentoso, cuando cumplió 15 años, una madrugada, en alpargatas y portando una maletica de cartón, tomó el camino de Carora. Cuando Chío Zubillaga lo vio y lo escuchó tocar la guitarra, se dijo: quien puede ayudar a este muchacho campesino, virtuoso, es Laudelino Mejía.

Y así fue. El Maestro lo acogió, le enseñó a ejecutar otros instrumentos, lo incorporó a la Banda Sucre y le consiguió trabajo en la Imprenta Regional, a la par que estudiaba. Y cuando lo consideró pertinente se lo envió al Maestro Vicente Emilio Sojo, en Caracas.

Aquel joven llegó a ser el más grande guitarrista del mundo. Lo cual alegraba al maestro Laudelino, y cuando le comentaban sobre los éxitos del guitarrista en el exterior, orgulloso comentaba: Ese es mi alumno.

En cada niño que nace o está creciendo ahora mismo, hay un artista. Debe ir al encuentro de un Maestro, leer los libros y escuchar música de creadores como Laudelino Mejías.

Entonces la tierra que habitamos se nos mostrará más hermosa y seremos felices, como en los cuentos que nos contaba la abuela.

-Había una vez, un hombre llamado Laudelino Mejías, que vino a poblar la tierra de música y vive para siempre en nuestros corazones.

 

Texto: Pedro Ruiz, poeta y periodista venezolano.

 

FUENTES

 

BRICENO, Iragorry, Mario. MI infancia y mi pueblo. Fondo Editorial Arturo Cardozo. Gobernación Bolivariana de Trujillo. 2007

CARDOZO, Arturo. Sobre el cauce de un pueblo. Cien años de historia trujillana.1810-1930. Fondo Editorial Arturo Cardozo. Gobernación Bolivariana de Trujillo. 2001

CONTRERAS, Benigno. Solamente Valera. Fondo Editorial Arturo Cardozo. Gobernación Bolivariana de Trujillo. 2022.

MEDINA, Machado Ali.  Glosario a Laudelino. Supermercado Caracas, S.A. Estado Trujillo. 1910.

MEJIAS, Gilberto. Vida y música de Laudelino Mejías. Apuntes para una biografía.1990

MEJIAS, Palazzi Gilberto. Remembranzas sobre el musico trujillano Laudelino Mejías. Ediciones del Congreso de la República. Caracas. Venezuela.1988.

Foto de referencia, tomada de Internet.

 

Laudelino Mejías (1893-1963).

 

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