Sin saber que su destino ya estaba escrito, María llegó al pequeño pueblo de Efrata con su esposo, su estado de gravidez estaba avanzado y esperaba dar a luz antes de la media noche. En vano buscó José hospedaje en la aldea, cosa extraña en esta época del año; el otoño* estaba por terminar, pero el clima se mantenía templado…
Durante el largo viaje había visto a muchos de sus coterráneos que se dirigían al mismo poblado. Nada trascendente, cada familia debía registrarse en cumplimiento de la orden del César. Todos viajaban a pie o en bestias de carga. Los caminos se cruzaban desde Nazaret por un largo sendero de más de cien kilómetros de distancia hasta llegar a la famosa aldea donde había nacido David, antepasado de ellos.
Descansemos un poco – dijo María a su amado esposo – mientras se secaba el sudor del hermoso rostro y bajaba del animal para ampararse a la sombra de un árbol. La cosecha del trigo estaba por terminar, mientras que otras extensiones de tierra mostraban las huellas del arado y el comienzo de un nuevo año agrícola. María meditaba en las palabras pronunciadas por el ángel de Jehová…
No encontró José un lugar decente donde hospedarse y por indicación de un aldeano hospitalario aceptó ir con María a un establo a orillas del poblado. Los dolores de parto de la joven se aceleraban por minutos y apenas dio tiempo de acomodar un pesebre donde poco después dio a luz a su primogénito1.
Poco antes, en las cercanías de la aldea, en aquella noche estrellada, una luz inusual despertó a unos pastores que estaban medio dormidos cerca de sus rebaños. De las escrituras sagradas sabían de la existencia de ángeles y ahora por primera vez lograban ver en lo alto a un ser celestial que les daba una noticia maravillosa y luego todo un ejército de ellos que coreaban “Gloria a Dios en la alturas y paz en la tierra a los hombres…” Quedaron paralizados, preguntándose si estaban soñando todavía y asombrados se apresuraron a ir al pueblo cercano, escenario de ese acontecimiento que se las había anunciado de manera tan espectacular, no sin antes resguardar sus rebaños…
Aunque hubiera querido llamar al niño José, su esposa le recordó las palabras del ángel Gabriel: “Tendrás un hijo y le pondrás por nombre Jesús”. Así estaba escrito que naciera aquel niño de origen divino, cuyo destino había sido predeterminado desde muchos siglos atrás; y el de su madre sería enfrentar, finalmente, el doloroso martirio de ver morir a su querido hijo clavado a un madero infame, en un cruento sacrificio humano…
Aquella visita de los pastores fue sorpresiva y agradable para María y José. Desde entonces la persona de Jesús atraería a multitudes de personas que vería en él la salvación que tanto anhelaban. Ellos contemplaron al niño y les pareció ver en él aquel resplandor divino que habían recibido poco antes con la visita de los ángeles en la claridad de la noche.
Por su parte, María recordó de nuevo las palabras del ángel Gabriel: “el que va a nacer será llamado santo, Hijo de Dios” y aquellas palabras y otros sucesos en la vida de Jesús quedaron grabadas indeleblemente en su corazón.
Aquel acontecimiento cambiaría para siempre el curso de la historia de la humanidad.
Texto: Argenis Díaz.
*Etanim: Nombre del séptimo mes del calendario sagrado judío y del primero del calendario seglar. Iba desde mediados de septiembre hasta mediados de octubre. Se le llamó tisri después de que los judíos volvieron de Babilonia.
1. Todo parece indicar que Jesús nació alrededor del 1º de octubre del año 2 antes de nuestra era (a. E. C.).
Imagen reproducida del calendario (impreso) de los testigos de Jehová. 2014.
El nacimiento del niño Jesús. |
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