“Abajo al centro de todos los caminos, enclavada en aquel valle hermoso…” Así nos habla Ana Belén Aular de esta Villa de Cura, “prodigiosa tierra de labor. Su río. Pequeños cursos de agua. Sus campos monótonos (…) Su entristecida sabana, tendida frente al ocaso”. Sueños del pasado y esperanza de ver un porvenir mejor…
“Este pueblo me recuerda a Popayán, sobre todo la primera vez que lo vi”. Hará unos cinco años que Reynaldo tiene su familia en este pueblo, y dos que ha llegado él a formar parte de la vida social y económica de la ciudad que es hoy Villa de Cura.
La vasta comarca abrió sus caminos para que propios y extraños poblaran de interrogantes el paisaje. “Estación posible para todos los viajeros”. Cuatro caminos no ya polvorientos sino asfaltados conducen a las entrañas de un místico valle, otrora pacífico, donde el martillear del artesano, los misterios que moran en las viejas casonas, la hospitalidad del hombre de pueblo, la pasión artística, conviven frente al bullicio de un pujante comercio. Las calles invadidas de buhoneros itinerantes… todo parece ir irrefrenablemente a hacer de Villa de Cura una “metrópoli moderna” que pronto alcanzará los cien mil habitantes. Ya ha recuperado para sí un ámbito propio que ha pasado de ser solamente geográfico a convertirse en un espacio social, político, económico y cultural.
A Reynaldo ya lo comienzan a conocer los villacuranos, y lo buscan para hacer “viajes”. Posee una vieja Chevrolet, a la cual llama cariñosamente “la pichirila” (pájaro raro). Con este humilde trabajo levanta y mantiene a su familia, un oficio que trae de Caracas, donde vivió y desvivió algunos años. A Caracas llegó cargado de sueños y proyectos de una vida mejor… “Para mí Venezuela era Estados Unidos. Desde Cúcuta en la frontera, decidí un día venir a estas tierras, impulsado por un espíritu aventurero y audaz, con la ambición de lograr un gran porvenir… Ve para Venezuela – me decían – allá hay trabajo bastante. Yo, alucinado, como los españoles de la conquista, me imaginaba el dorado y una vida más holgada”.
Reynaldo Ricardo nació en Bogotá, República de Colombia, [el 14 de marzo de 1952] donde vivió hasta los nueve años. Es llevado a Cali, suroeste de Bogotá, ciudad situada en un valle, rodeado de montañas, algunas de las cuales se yerguen hasta alcanzar unos 4.000 metros. Allí vive Reynaldo poco tiempo y finalmente llega al sur del país, a lo que va a ser el pueblo de mayor influencia en su etapa de transición de la niñez a la juventud: Popayán, baluarte religioso del catolicismo romano.
Popayán es llamada la ciudad blanca de Colombia, nos dice Reynaldo y no puede ocultar su emotividad. Prosigue: “Es Popayán una ciudad cuyas casas son todas pintadas de blanco… y para aquel entonces recuerdo que las autoridades locales no permitían construcciones de más de cuatro pisos y en el casco central no se podían pintar las casas de otro color que el blanco. Aquellas casas eran de estructura colonial española. Las calles de la ciudad son anchas y los techos de teja roja…”
Observo que Reynaldo es un hombre de cierta cultura, no académica, de educación media. Semblante serio y sin embargo dispuesto a reír ampliamente, sobre todo al contar sus anécdotas que han sido muchas a lo largo de su viaje de Popayán a Villa de Cura.
“El pueblo donde viví mi adolescencia y parte de mi juventud es como usted sabe muy católico. Abundan las iglesias de arquitectura y cúpulas coloniales, de gran valor arquitectónico…”
Reynaldo no ignora el acervo histórico que posee Villa de Cura, el valor turístico y la arraigada tradición religiosa que él mismo ha podido observar en las procesiones de semana santa. Ha visto la gruta de Lourdes y el empinado y deteriorado Calvario. Conoce la histórica Casa de Boves o del Santo Sepulcro. Hoy, como en algunos pueblos de Colombia, incluso Popayán, Villa de Cura es un crisol que da cabida al pluralismo religioso. Existen algunos grupos como los mormones, evangélicos libres y pentecostales, adventistas y también están muy activos los testigos de Jehová. El clero católico ha tenido que ir aceptando compartir el espacio espiritual sobre el cual ejercía otrora el absoluto control.
La casa de Reynaldo y su familia está situada en el área conocida como Guayabal, frente al llamado cerro de La Virgen, donde dicen que hay una cruz maltrecha confeccionada de hojalatas. “Sabe – me dice Reynaldo – en Popayán hay tres miradores. El principal es el Morro, un cerro donde existe una estatua dedicada a Sebastián de Belalcázar, fundador de la ciudad. El segundo mirador, llamado Colina de Belén, donde van los feligreses a cumplir sus promesas. En el valle de Pubenza está el cerro “de las tres cruces” que son iluminadas a principios de mayo, día de fiesta religiosa en Popayán, otro parecido con La Villa”.
“Cuando llegué a Villa de Cura no vi mayor movimiento artístico-cultural, pero gracias a usted me he ido enterando de que lo hay… y de calidad: artesanos, pintores, escultores, poetas, escritores, grupos de danza, de títeres y de teatro. Similarmente, Popayán es un centro cultural importante del Departamento del Cauca en Colombia. Tiene museos como El Valencia que es un museo de antropología, donde hay una muestra de la cultura precolombina y están las famosas cabezas reducidas por los indígenas, los cuales las cortaban a sus enemigos para luego reducirlas con un secreto método químico natural.”
Para 1981 se estimaba que Popayán tenía 115.173 habitantes. Sabemos también que en el año 1983, a finales de marzo, un terremoto casi destruyó la ciudad. Actualmente funciona la Universidad del Cauca con sus facultades de Derecho, Medicina, Contaduría e Ingeniería civil. Posee bibliotecas públicas, un teatro Municipal, agrupaciones de artesanos, músicos, pintores, ceramistas y poetas. “En un tiempo aprendí la artesanía, esa era mi vena artística, pero la práctica de esta fue en mí algo efímero. Todavía me gusta, quien sabe si… Bueno, también tocaba la guitarra, hermano, y acompañaba las serenatas bajo la luna o la lluvia”.
Como todo joven latinoamericano, Reynaldo pasó una etapa de rebeldía, fruto de las crisis que abaten a las familias y que a veces las desintegran generando una realidad social que todavía nos agobia. “Me puse en contacto con el movimiento hippie. En estas comunas de unas quince personas o más, era cosa normal el uso de drogas que expendían en cualquier farmacia, barbitúricos y además otras drogas como la marihuana… Lo que me atrae entonces a estos grupos marginales y desarraigados es su filosofía de “paz y amor”. Era un movimiento de vagos pacíficos. Entre ellos varios artistas, músicos y poetas de tendencia nadaísta, quizás la menos ejemplar de las tendencias literarias en Colombia”.
Hoy, en Colombia, la poesía está institucionalizada, hay una Casa de la Poesía Silva en Bogotá, fundada en mayo de 1986. En eventos como “La poesía tiene la palabra” se ha logrado concentrar hasta 8.000 personas que se reunieron en Medellín en 1989.
“En aquellos tiempos – dice Reynaldo – yo compartía con ellos, con esos vagos pacíficos, conversaciones largas hasta que caíamos en sopor reflexivo de abismal autismo. Eran tiempos de errancia; los hippies eran miles de jóvenes alrededor del mundo, convencidos de poder cambiarlo según sus deseos, su símbolo fueron las flores… época del rock de los Beatles. Cuatro jóvenes que impactaron al mundo, época en la que surgen Carlos Santana y Joe Cocker, era compartir un sentimiento, un deseo…
“La ciudad de Popayán, como Villa de Cura, tiene gran importancia histórica y turística. Allá está el puente del humilladero, llamado así porque fue construido por esclavos negros, los cuales usaron como material de construcción ladrillo puro y cal y canto, esto era sangre de buey con cal. Este puente une la parte alta y la parte baja de Popayán. Ahí como en otros sitios de la ciudad se encuentran placas escritas que dicen: “por aquí pasó Simón Bolívar”, referencias a las incursiones hechas por el Libertador en su gesta emancipadora. Popayán es una ciudad mística de gran verdor y hermoso sol rojo crepuscular. Con acceso a una selva tropical montañosa tras la cual se desciende abruptamente a las costas del Pacífico.
“El volcán Puracé, cerca de un pueblito del mismo nombre, regularmente emite gases y esparce cenizas que llegan hasta Popayán, allí el azufre es explotado comercialmente y luego llevado a otras regiones del país. El terreno es una rica fuente de producción agrícola, plenamente aprovechada por sus pobladores…”
Reynaldo llega a Caracas durante la época “saudita”, aquella de la “gran Venezuela” y de la “cultura del petróleo”. Hoy presa de extrañas fórmulas neoliberales impuestas por organismos foráneos internacionales y ahogada por una impagable deuda externa. Vino a Caracas acompañado de un joven colombo-venezolano nacido en la frontera. Al llegar a la capital queda traumatizado por todo lo que es aquel submundo de marginalidad y desviación social, inimaginable para él.
Sin embargo, se queda. A los tres días comienza a trabajar en un supermercado de chinos llevando bolsas y surtiendo mercancías, arreglando estanterías. En dos oportunidades viaja de nuevo a Colombia, pero regresa al país donde prevé la oportunidad de establecer una familia, se casa con una venezolana larense, y tiene dos hijos. Viven una vida modesta y feliz.
La vida de este hombre de pueblo está plena de anécdotas. Queda por escribir la novela de su vida, aunque él no se considera escritor. Yo pienso que Reynaldo es un cuentacuentos nato, de esos cuentos que tienen sabor a vida. Ha sido caletero, vendedor y chofer en Caracas y La Guaira. La vida agitada de Caracas contrastaba fuertemente con la tranquilidad de Villa de Cura para el tiempo en que Reynaldo traslada su familia. Decide una vez venirse a trabajar acá. Percibe el cambio de una vida más sosegada. Pero, nos confiesa: “pasé por una extraña crisis y me afectó económicamente. No obstante logré sobrevivir y me he acostumbrado a este ritmo de provincia en vías de desaparecer y le tengo cariño a este terruño que comparto con tanta gente, la mayoría buena y honrada que al igual que yo lucha por una situación mejor en medio del tráfago del mundo. El villacurano es hospitalario, se da, es como el llanero, parlanchín, locuaz y muy religioso”.
Desde mi casa veo el espejo azul del cielo. Algunas nubes forman figuras de imagineros. La brisa pasa por entre los árboles y arbustos llevando su verdor hasta el cerro más cercano. A veces transporta el canto metálico de un aparato de sonido. Ya algunos ranchos de cinc y madera empiezan a invadir el espacio natural…
Villa de Cura ha crecido, han crecido sus problemas como los de cualquier ciudad, problemas que reclaman soluciones prácticas de sus gobernantes de turno. La ciudad espera de sus mejores hombres y mujeres, nativos y extranjeros, como Reynaldo, su labor silenciosa, pero honrada, cada vez más extraña en este país. Los mismos vientos que hoy asolan a Colombia; el narcotráfico, el terrorismo, la violencia civil y militar, pueden de un momento a otro azotar a nuestro país. Colombia, y quizás en el fondo Venezuela, se agita en un mar de oscuros presagios. El viaje puede ser en medio de la tormenta, ya no de Popayán a Villa de Cura como el de Reynaldo.
El tiempo no se detiene, y con el poeta J. M. Arango, tenemos que seguir “cantando una canción (yo diría una ‘canción nueva’) entre los dientes”.
Argenis Díaz, a comienzos de 1992.
Reynaldo Ricardo falleció en la ciudad de Popayán el 19 de diciembre de 1996, a causa de una "Apoplejía pituitaria", según datos aportados por quien fue su abnegada esposa, Pastora de Ricardo. No quería morir de "viejo achacoso".
Foto de Reynaldo Ricardo, cortesía de Pastora de Ricardo
Reynaldo Ricardo (1952-1996) |
Popayán, la ciudad blanca de Colombia. |
Popayán, Colombia. |
Fotos de Popayán:
Que hermosa historia y pensar que conozco al fruto del Amor del hombre de popayam
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